Lenguaje y discapacidad

Lenguaje y discapacidad: la importancia de nombrar bien*

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Lenguaje y discapacidad: la importancia de nombrar bien*
 
Colaboración de Daniela Aza*
Es sabido que el lenguaje construye un mundo, crea realidades y genera significaciones que luego se plasman en acciones, actitudes y hechos concretos. Está lleno de creencias e ideas sobre las cosas y las personas. Es por eso que las palabras que utilizamos en nuestra vida cotidiana no pueden ser casuales sino que contienen una intención. En ese sentido, están cargadas de todo lo que pretendemos decir aunque, muchas veces, no nos demos cuenta. Sin embargo, revisar y corregir los términos parece ser urgente si apostamos a un lenguaje más inclusivo.
 
En el caso de la discapacidad solemos reproducir muchos conceptos erróneos que perpetúan una lógica de exclusión hacia las personas con discapacidad. Discursos que, lejos de invitar a actuar con empatía, catalogan y etiquetan desde la lástima y compasión centrándose en la falencia, la falla y la pasividad.

Es así que el término “Discapacitado/a” se aleja de ser el término correcto por no focalizar en la persona y reproducir una imagen peyorativa centrada en la falta de una capacidad. En cambio, persona con discapacidad, avalado por la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad , no concibe a la discapacidad como algo prioritario e inherente al individuo sino como una circunstancia en términos de salud, una condición, que en relación al entorno genera barreras. Así, es la sociedad con sus obstáculos la que genera un entorno discapacitante que inhabilita acorde a un “paradigma de la normalidad” que excluye a aquellas personas que no cumplen con los parámetros ideales establecidos.

Muchas veces, en la intención de incluir, se tiende a generar eufemismos y ciertos discursos que a simple vista parecen aceptar al otro pero, por el contrario, tienden a posicionar a la persona con discapacidad desde una perspectiva pasiva y no como un sujeto de derecho. Es el caso del término “especial” o la expresión “capacidades diferentes” que enfatizan socialmente la diferencia e infantiliza a las personas con discapacidad. Así es que ellas no cuentan con super poderes. Lejos de eso, las capacidades que pueden tener son las mismas que cualquier otra persona. En ese sentido, son las formas las que varían de persona a persona.

Foto: Sharon McCutcheon
Foto: Sharon McCutcheon

Por otro lado, también resultan perpetuar una imagen negativa y una mirada compasiva las palabras “padece” o “sufre” que no hacen sino construir un imaginario tendiente a la pena y el menosprecio de la situación que atraviesa la persona con discapacidad. Esta generalidad de que sufre proviene de un modelo biologicista focalizado en la incapacidad y no en las múltiples posibilidades que tienen los sujetos con la generación de apoyos. Además, reproduce la idea de pasividad que invalida toda participación en la sociedad.

 
Entre otras palabras desacertadas para hablar del colectivo de personas con discapacidad se encuentran minusválido o disminuido, términos peyorativos que ponen en evidencia la discriminación y exclusión y que han sido recientemente enmendados por la RAE. Estos conceptos dejan entrever cómo el “paradigma de la normalidad” atraviesa a la sociedad construyendo una dicotomía entre lo que “está bien” y “está mal” calificando a personas por sus supuestas capacidades.

La RAE adecuó su definición dando un paso, por primera vez, hacia un modelo de la discapacidad que contemple al entorno. Así, no solamente elimina el término “disminuido” sino que reemplaza el término discapacidad por una situación de la persona “que por sus condiciones físicas o mentales duraderas se enfrenta con notables barreras de acceso a su participación social”. Esta definición se encuentra lejos de ser perfecta ya que pone el énfasis en las condiciones de la persona. No obstante, representa un avance que deberíamos rescatar.

Entre esos avances que deberíamos tener como sociedad, se encuentran la eliminación de palabras que denigran, excluyen y estigmatizan a las personas con discapacidad al utilizarlas como insultos y que se suelen reproducir sobretodo en las redes sociales. Tal es el caso de “retrasado”, “mogólico”, “sordo” que invitan a la discriminación y, peor aún, al bullying.

La empatía comienza en el lenguaje, es decir, en las palabras que elegimos. Empecemos a utilizar categorías que ponen a la persona como prioridad y sujeto de derechos sin eufemismos. Deconstruir la manera en que hablamos es, sin duda, el primer paso y fundamental en pos de lograr una sociedad más inclusiva y respetuosa de la diversidad en la que la aceptación de todas las personas sea la regla y no la excepción.

Licenciada en Comunicación (UBA) y speaker motivacional. Influencer y creadora @shinebrightamc.

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