Me too

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Marcia Hurtado *se suma a la campaña internacional con el relato de una historia que, lamentablemente, identificará a muchas mujeres

Santiago, Chile.– No siempre uno escribe de cosas que le han pasado, a veces tomamos prestadas algunas historias y las vamos transformando, pero ahora si bien el relato no es personal, lo hago propio por todo lo que implica y porque la siento tan mía como de quien me la contó. Sí, me too.

“Pasó hace unos días, hora peek, poco antes de las ocho de la mañana, cuando es toda una odisea entrar al metro, esas veces en que “te subes o te suben”. Hasta ahora nada distinto a lo que vivimos toda la semana, la gran mayoría de los santiaguinos.

En fin, el viaje transcurrió dentro de lo normal, una masa humana dentro del vagón.  Te ahogas, sintiendo que compartes hasta tu pequeño espacio de aire con el o la que va a tu lado.  A veces la persona junto a ti trata de respirar por sí mismo, pero el ambiente está tan sobrepoblado que es imposible que el aire sea sólo suyo. Así van pasando las estaciones, una a una hasta que, aliviada, te bajas al fin y te llenas los pulmones, tranquila porque al fin se acabó la tortura matutina.

Al bajar del vagón, veo una escolar con la cara intranquila, son las 08:00 y pienso que debe ir atrasada. Al observarla más detenidamente surge una sonrisa al ver su insignia, es alumna de mi querido ex colegio. Recordé a las inspectoras, cuando apostadas en la puerta empezaban a controlar a las atrasadas, las malas caras y malos ratos que te hacían pasar cuando el timbre ya había sonado y tú aún venías cruzando la calle. Por cada cinco atrasos, una anotación negativa, Uf! Con mis amigas (una de las que me contó esto) teníamos miles. Solidaricé inmediatamente con la niña de ojos asustados y le sonreí cómplice.

Ella me miró muy afligida y se acercó. Me di cuenta de que sus ojos no eran de preocupación por llegar atrasada. Ahí había algo más que mi instinto no fue capaz de ignorar. Le pregunté si estaba bien y rompió a llorar desconsolada.

Me contó que se vino todo el viaje con la mano de alguien toqueteándole el trasero, que no sabía si con el apretujamiento del metro el jumper se le había subido solo o si el muy malnacido se lo había subido a propósito, “como había tanta gente no me podía ni mover y el tipo se vino todo el rato manoseándome y juro haber sentido algo húmedo y viscoso al bajar”. De inmediato bajé la vista para comprobar lo que ella decía, efectivamente su jumper se veía húmedo.

No pude hacer más que ofrecerme a acompañarla hasta la puerta del Liceo, donde me hice pasar por su apoderada y justifiqué su atraso. Me miró agradecida y entró a clases. Así, con su jumper húmedo y sucio, lleno del fruto del placer anónimo de quién sabe qué escoria humana”

Me too

Ahora es donde viene mi reflexión personal, creo que habría hecho exactamente lo mismo y tal vez más por esa niña. Me sentí transportada a otros tiempos, cuando aún estaba en el Liceo  y ya lidiábamos con las fantasías de viejos verdes, que se pasaban toda una película porno a ver a las chicas en uniforme escolar y sentí tanta rabia, impotencia y asco.

No puedo entender que existan personas (no voy a generalizar solo a los hombres), que crean que por el solo hecho de andar con jumper, falda, short, o lo que sea que muestre un poco de piel, tienen el derecho de tocarte sin tu consentimiento, de acercar sus fétidos alientos y murmurar frases que sólo en sus cabezas suenan adecuadas.

Me sumo a la campaña del “me too”. Todas hemos sido víctimas de acosos de ese estilo, y la sensación que te embarga no se la deseo a nadie. Te sientes violentada en lo más íntimo de tu ser. Te hace vivir con miedo, siempre preocupada de que lo que te pongas pueda ser provocador. ¿Por qué no podemos andar tranquilas por la calle? Sin la constante preocupación de que algún “galán” se sienta con el derecho de decirte algo que tu no pediste. Tal vez haya mujeres a las que no les molesta un piropo inofensivo (según ellas), no las critico, pero no comparto su opinión.

Me niego a asumir que la calle ya no es un espacio libre en el que podamos vivir y andar tranquilas; me niego a tener que bajarme la falda para que no me miren las piernas o a taparme el escote para “no provocar”. ¿Qué pasará después? ¿Las escolares no podrán usar jumper nunca más porque es considerado provocador? ¿Tendremos que usar burka?

¿Qué le pasa al mundo que no es capaz de controlarse, de no entender el respeto por el otro, que el cuerpo de cada una es de cada una y si queremos que nos alaben, que lo hagan quien nosotros queramos y permitamos que lo haga y no un ser anónimo que en vez de alimentar nuestra feminidad, hace que la cuestionemos como si fuera un delito? Una pregunta que se repite de forma constante, pero no lo suficiente para que algunos seres tomen consciencia de ella.

Marcia Hurtado * es asistente social, mediadora familiar y cuentista

 

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