Adiós don Patricio

BUENAS NOCHES, DON PATRICIO

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El escritor Mario Valdovinos recuerda a Patricio Manns en su columna

Por los años 70, los de mi adolescencia, coexistían, si bien problemáticamente, los cantantes y músicos de la Nueva Ola  con los de la Nueva Canción Chilena. Como recuerdo más a los mencionados en segundo lugar oía Arriba en la cordillera y El cautivo de Til Til, de Patricio Manns, las ideologizadas canciones de Víctor Jara y Ángel Parra y me quedaba con Manns, al mismo tiempo sonaban los Beatles, Violeta Parra, Cecilia y Luis Dimas y sus Twisters, es decir, un conjunto muy heterogéneo de músicos y cantantes para nuestros adolescentes oídos.  Manns cantaba y era un hit en los programas de radio. Con el tiempo supe bastante acerca de él, a través de las revistas Rincón Juvenil y Ritmo que también dialogaban con todo ese vasto grupo de artistas. Ahí están las crónicas de los reporteros juveniles que los entrevistaban con seudónimos, El Intocable y El Chuico Chico. 

Otras voces, otros ámbitos. 

Patricio-Manns joven

Supe también que Manns era del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el ala extrema de la Unidad Popular de Salvador Allende, un socialista democrático por donde se le mirara. En una de esas entrevistas, Manns contó que su educación formal era el sexto año de enseñanza, por esos años, primaria, hoy sexto básico. De ese modo nada frecuente logró ascender, con un origen modesto, de clase  media baja, provinciano, lector e inspirado. Fue un novelista fecundo, autor de las Actas de Marusia, Actas del Alto Bío Bío y Actas de Muerteputa, escritas y publicadas en la década del setenta, plena dictadura en el país, textos leídos y escondidos. Manns estuvo en la mira de la dictadura por largo tiempo y deambuló de país en país durante los putos años del milico, 17 en total, en modo alguno esa cifra alude a la canción volver a los 17 que cantaba la Viola Parra, refiriéndose claro está a los años de la edad adolescente. Sobre ella, además, publicó un brillante ensayo biográfico, Violeta Parra, la guitarra indócil.

Su fecunda relación con el grupo Intiillimani, al que él solía mencionar como Intiillimanns, sin que nadie se enojara ni se resintieran los egos, incluye, dentro de muchos grandes temas, la canción Cuando me acuerdo de mi país, melancólica, bella, poética, puesto que el género lírico tampoco le fue ajeno, léase su texto Memorial de Bonampak, de 1995, y póngase oído a las transparentes imágenes y metáforas con las que estructuraba sus canciones. Tras volver a Chile, la recepción en el aeropuerto fue solo semejante a la multitud que recibió al diputado socialista Mario Palestro, retornado tras su interminable exilio en Venezuela. Tiempo después anunciaron la prensa y los afiches callejeros un recital de sus canciones nada menos que en el Estadio Chile, donde había sido asesinado bestialmente su amigo Víctor Jara. Asistí al recital junto a un gran amigo, el actual candidato a la presidencia Marco Enríquez y esperamos durante todo el espectáculo que don Patricio dijera algo al respecto, una declaración, una postura, por último unas frases panfletarias. Nada de nada, vino, cantó y se retiró del recinto callado, tras las calurosas ovaciones y los gritos de combate.

Años después, hartos, lo invitamos al programa de la radio Universidad de Chile, Vuelan las Plumas, que hacíamos la periodista Vivian Lavín y yo.  Sabíamos también de su afición al vino, de su zarandeada vida amorosa y artística. Pero no era ese el foco de la entrevista, sino su obra musical y literaria, en esta última recuerdo una novela espléndida de título no menor, El corazón a contraluz, del año 1996. Una novela anterior, del año 1973, fue galardonada con el Premio Municipal de Literatura de la ciudad de Santiago, pero como era buscado por la represión dictatorial se le concedió a su regreso, dieciocho años después. Bello gesto el de la Muni, hay que reconocerlo.

En la muy amena charla radial, llegó acompañado de su última esposa, quien murió un poco tiempo antes que él, ambos vivían en un departamento en Concón. Allí mencionó una obra que buscaba y requería leer puesto que preparaba una narración sobre Emile Dubois, el asesino porteño de principios del siglo XX, en torno a  quien Carlos Droguett publicó su novela Todas esas muertes, de 1971, recibiendo el prestigioso Premio Alfaguara de España. Necesitaba leerla para hacer algo distinto de Droguett, sin duda, si bien con el mismo personaje, el asesino porteño. La obra de Droguett llegó escasamente a Chile y yo la conseguí, con la suerte de los tenaces busquillas bibliográficos, por un precio nada razonable. Para más remate el día de la entrevista yo la andaba trayendo y, al fin del diálogo radial, se la mostré un poco para provocarle envidia. Al ver el ejemplar de tapa dura, impecablemente encuadernado, casi padece un infarto. Pues bien, no había otra posibilidad, se la regalé y me obsequió él un abrazo y una dedicatoria en otro libro de su autoría que yo también acarreaba. Su novela sobre el asesino francés, avecindado en el puerto principal de Chile, se llama La vida privada de Emile Dubois y es del año 2004.

Confesó haber participado en el atentado al dictador en el Cajón del Maipo, en el programa Mentiras Verdaderas , también ser diestro en el arte de perder, pues había perdido a un hijo. Después oí por la radio la noticia de su fallecimiento. 

Hasta siempre, don Patricio, no necesito desearle que tenga buenas noches, es obvio que las tendrá. Se las merece de sobra.

M.V. sept 21, 2021

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